Amy Winehouse: no se fabrican estos ángeles

Esta columna fue publicada originalmente en El Nuevo Herald el 27 de Julio de 2011, a pocos días de la muerte de Amy. Desde hace años intentaban que fuera a rehabilitación, quizás hasta ella misma alguna vez quiso ir, pero al final siempre dijo "no, no, no". Era su canción preferida. No tenía tiempo, solía decir. Pero sobre todo no le interesó rehabilitarse. No iba a sentar cabeza. Jamás. Lo dijo mil veces. Sólo quería cantar, drogarse, desbordarse de alcohol, tener sexo, tocar el límite, correrlo aún más, sonreírle, flotar, vomitar, perder el conocimiento, tomarse dos pastillas para la migraña, abrir la ventana, fumar, salir a la calle y volver a cantar esa ardua melodía en que confluye el placer y el dolor, hallazgo y despedidas, la vida y la muerte. Le sobraban escándalos y depresiones. Orgullo y miedo. Ganas de vivir en un solo segundo y a la vez cargaba una sarta de culpas e inconformidades para autodemolerse. Sentía que esa era su mejor, su real auto