Por Luis Leonel León
(Imagen de archivo/Internet)
Historiadores, periodistas, académicos, aficionados a
la historia y sus secretos, unos entusiasmados y otros aún escépticos, se hacen
esta pregunta: ¿Finalmente será revelado uno de los más grandes misterios que nubla
la historia de la política contemporánea en Estados Unidos?
Hagamos un breve recuento: El 22 de noviembre de
1963, en plena Guerra Fría, John Fitzgerald Kennedy tenía 46 años. Las fotografías lo
muestran feliz y seguro sobre el descapotable presidencial en una céntrica
calle de Dallas, Texas, instantes antes de ser impactado por
dos disparos. Uno de ellos le atravesó el cerebro.
La que sigue siendo la versión oficial, certifica
que quien apretó el gatillo fue el empleado del almacén Texas School Book Depository y exmarine,
Lee Harvey Oswald, detenido por la muerte de un policía poco después del
atentado a JFK. A los dos días, siendo trasladado a otra comisaria para ser
interrogado, Oswald, quien negó todo el tiempo haber matado al presidente
número 35 de EEUU, no llegó a ir juicio: fue baleado por Jack Ruby, empresario
vinculado a la mafia de Chicago. El asesino fue asesinado. Y el misterio creció
mucho más. Y así ha continuado durante todos estos años.
En 1992, casi tres décadas después del aquél episodio
que conmocionó a EEUU y al mundo, el Congreso aprobó la ley de recopilación de
documentos del asesinato de JFK (Kennedy Assassination Records Collection Act),
promovida por el presidente George
H. W. Bush, por la que todos los archivos clasificados sobre
el asesinato de JFK podían ser públicos 25 años después. La fecha límite es
justamente este jueves 26 de octubre de 2017. Y solo una persona, Donald Trump,
tiene la autoridad para autorizar una nueva dilación, que significarían otros 25
años. ¿Qué ha dicho el controversial y atípico mandatario?
“Sujeto a la recepción de nueva información”, escribió
Trump en Twitter el pasado fin de semana, “yo, como presidente, voy a permitir
la publicación de los documentos secretos, por mucho tiempo bloqueados, de
JFK”. El frenesí investigativo y el ansia de saber, de conocer los resultados
de lo que a veces parece más un gran partido político que un problema de espionaje,
hierve en los cuatro costados del mundo.
Estamos
hablando de un expediente que tiene aproximadamente cinco millones de páginas.
El 88% han sido desclasificadas. Alrededor del 11% se han publicado de manera
parcial (unos treinta mil documentos, pues los censores han retenido “partes
sensibles”) y según los Archivos Nacionales, sólo permanece oculto (quizás
hasta hoy) el 1% (unos tres mil documentos), donde se supone se guarden datos
de un viaje, dos meses antes del atentado, que Oswald realizara a México, que
incluyó visitas a
las embajadas de Cuba y la URSS.
¿Serán
puras especulaciones o tendrán razón los integrantes del llamado “exilio
histórico” cubano que culpan a los Castro del crimen contra Kennedy? ¿Podría
ser esto una prueba más de las agresiones del régimen cubano a ciudadanos
estadounidenses? ¿Qué sucedería si ahora esto fuera noticia? ¿Qué diría la dictadura
cubana, quien, por cierto, ha promovido la tesis de que el hermético atentado
de Dallas se debió a un plan de la CIA? ¿Cómo actuaría EEUU? Más de medio siglo
de secretos, con vínculos sospechados e implicaciones inadvertidas, pudieran
desatar cualquier cosa. O no.
¿Valdría la
pena preguntarse si puede durar un misterio para siempre? Todo es posible. Sobre
todo cuando el tiempo hace su peor labor: esa mezcla letal, a veces chapucera,
de desidia, ambigüedad y olvido.
La Comisión
Warren, encargada de investigar el caso JFK, determinó
que Oswald actuó por sí solo, rechazando así las llamadas “teorías de
conspiración” que lo relacionaban con una componenda comunista internacional.
Sin embargo, servicios de inteligencia señalaron haber desconfiado de Oswald, quien
en 1959 (año en que el comunista
Fidel Castro toma el poder en Cuba) se fue a la URSS, donde se casó con la
joven Marina Prusakova, con la que luego regresó a EEUU. Hay investigadores que
hablan de dos entradas de Oswald a Cuba. ¿Podrán los archivos secretos arrojar
luz sobre todo esto?
A 53 años del tan popular como oscuro homicidio,
miles de investigadores y politólogos en el mundo cruzan los dedos para que el
Twitter de Trump se convierta en realidad. Piden, a gritos catedráticos, que la
verdad sea cantada en los cuatro puntos cardinales. Pero al parecer no todos
desean que esto suceda. Según medios de prensa, agencias federales han presionado
a Trump para que no publique todos los documentos, alegando motivos como cuidar la identidad de espías
vivos o porque algunas “fuentes y métodos” utilizados por
dichas agencias no deben ser aún mostrados.
Si quienes están en contra de revelar los
expedientes convencen a Trump de que en verdad hay informaciones que pudiesen
poner en peligro a oficiales, operaciones militares o de inteligencia, dañar relaciones
internacionales o atentar contra el orden interno de la nación, quizás el
gobernante no destape en su totalidad los archivos secretos. Lo cual es una
posibilidad latente.
Varios investigadores han aplaudido la disposición
de Trump, que de no ejecutarla decepcionaría a muchos. “Los documentos de JFK
han estado ocultos durante demasiado tiempo”, expresó Larry Sabato, quien
enseña ciencias
políticas en la Universidad de Virginia y ha investigado
y escrito (The Kennedy Half-Century)
sobre JFK.
Tampoco faltan quienes le han restado importancia al
asunto. En recientes declaraciones, el juez federal John R. Tunheim, quien en
la década de los noventa dirigió un comité independiente que exploró y publicó una
notable cantidad de documentos oficiales de la investigación, opina que los archivos
que quedan por exponer posiblemente no sean tan trascendentales como se presume.
Al mismo tiempo, ha dicho que todo lo que se publique “será interesante porque
todo lo que tenga que ver con el trágico asesinato de Kennedy lo es”. Sin duda
alguna se trata de uno de los más controversiales casos de la historia moderna.
Durante más de medio siglo se ha escrito mucho sobre
el enigma de JFK. La desclasificación, total o parcial, del expediente, quizás
pueda aclarar hipótesis sobre la estancia de Oswald en la URSS.
Estudiosos han aseverado que cuando
el exmarine pidió una visa de tránsito en la embajada de Cuba en México, dijo
que su destino final era la URSS, pero que al parecer dicha solicitud le fue
denegada.
Según
Patrick J. Maney, profesor de historia moderna en Boston College, “lo que pasó
con Oswald en la URSS es todavía una interrogante. ¿Fue el final de su proceso
de radicalización? ¿Se gestó allí la idea del asesinato de Kennedy?, es un punto
que traería muchas luces”, comentó el catedrático, especializado en la historia
política y presidencial de EEUU. En este sentido, Sabato ha asegurado que era
tanta la “pasión” de Oswald por “ese país que había aprendido ruso por sí
mismo”. Y no pocos especialistas lo vinculan con la ideología comunista.
El propio Maney
ha mencionado la existencia de evidencias de reuniones de Oswald en México con oficiales
soviéticos y cubanos, y que lo “que se habló allí quizás nunca lo sepamos, pero
lo cierto es que el viaje a México revela ciertas claves importantes para lo
que pasará después”. Restarle importancia a este detalle, al igual que sus
visitas a las embajadas comunistas, no tiene mucho sentido. Es más bien una
alarma.
“Con estos
antecedentes, una de las preguntas fundamentales y sobre las que no hemos
tenido mucha información en los documentos desclasificados es hasta qué punto
el gobierno de EEUU sabía o podría, debería haber sabido de los planes de
Oswald antes del asesinato”, le comentó a BBC Mundo el profesor Sabato, para
quien la posible planificación en México del asesinato, es “una de las
respuestas que sería interesante conocer”.
Unos alegan que el FBI y la CIA sabían que Oswald se
había reunido con espías cubanos y soviéticos en México, donde se planeó el
atentado, pero que no lo informaron, o no lo quisieron informar. El mal trabajo
de los servicios de inteligencia estadounidenses es otro de los puntos que se
han manejado todos estos años, y de hecho, hay quienes lo ven como uno de los
motivos de la retención de información del caso hasta hoy. Otros creen que fue
la CIA quien le ordenó el homicidio a Oswald y que éste fue eliminado para no
dejar rastros. En fin, todo lo que la manutención de los secretos suele hacer.
A pesar del
extendido silencio, y por ser una gran incógnita, el caso JFK nunca ha dejado
de acaparar la atención del público, desde estudiosos y aficionados hasta políticos
de diversos países y tendencias. El pasado año, durante la campaña por la
presidencia, el propio Trump relacionó al padre del Senador, de ascendencia
cubana, Ted Cruz, con Oswald y el enigma de JFK, algo de lo que no se ha
retractado el inquilino de la Casa Blanca, quien suele prestarle atención a las
conspiraciones comunistas. Eso parece, prometió en la Pequeña Habana y, por
supuesto, ha escrito en Twitter.
Hace mucho que la verdad, o al menos los archivos clasificados
de este caso, debían haberse desclasificado. Si sucede o no, ya lo veremos hoy.
Permita o no la exposición de todos los archivos, tiene razón Trump en que ha
sido una larga espera. Lo mismo que el castrismo. El comunismo que ya tiene un
siglo. Un siglo terrible sobre todo por su existencia. Un largo y tortuoso
camino repleto de secretos. Laberintos que necesitamos desentrañar. Porque eso es lo que muchos deseamos:
conocer. Que nos muestren los mapas ocultos, los rompecabezas, para unir las
piezas y sacar nuestras propias conclusiones. De eso, al final, también se
trata la historia. O al menos su juego, macabro o divino, pero siempre
necesario.
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