Último adiós al autor de Para Bárbara, fallecido en La Habana a los 51 años
(Comparto en este blog el ARTICULO COMPLETO. Un extracto se publicó ayer en DIARIO LAS AMERICAS)
LUIS LEONEL LEÓN DLA mié feb 12 2014 19:40 www.diariolasamericas.com/vida-y-artes/adios-a-santiago-feliu.html
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La muerte es un animal que nos devora, unas veces
esperándole y otras con esa absurda vehemencia que jamás podremos entender.
Nunca estaremos preparados, por más que lo intentemos, para escuchar de frente
el grito de la muerte.
Un súbito ataque al corazón hizo que La Habana amaneciera más triste que de costumbre. Se fue un juglar cuyas canciones tienen esa especie de magia que, amén de sus complejos juegos armónicos y su poesía de culto, por momentos podía cautivar no sólo a los más fervorosos amantes de la Trova, sino también a los soneros del barrio, a jóvenes y ancianos, a la izquierda y la derecha.
Un súbito ataque al corazón hizo que La Habana amaneciera más triste que de costumbre. Se fue un juglar cuyas canciones tienen esa especie de magia que, amén de sus complejos juegos armónicos y su poesía de culto, por momentos podía cautivar no sólo a los más fervorosos amantes de la Trova, sino también a los soneros del barrio, a jóvenes y ancianos, a la izquierda y la derecha.
Nacido el 29 de marzo de 1962, miembro del
desaparecido movimiento de La Nueva Trova, Santiago Feliú fue una de las principales voces de
lo que Silvio Rodríguez llamó Novísima Trova, o la Generación de los Topos, como el periodista y musicólogo Joaquín
Borges-Triana bautizara a ese núcleo formado por Donato Poveda,
Gerardo Alfonso, Frank Delgado, Carlos Varela, Xiomara Laugart, Alberto Tosca, Santiago y otros.
Cuando la Nueva Trova emergió, como otras corrientes
artísticas de la época, todos -o casi todos- creían en la Revolución. Se sentían parte de un
proyecto hermoso y necesario para su país donde producirían arte verdaderamente
revolucionario más allá de lo ideológico. Ese era más que nada el espíritu primigenio, el anhelo adolescente del que no pocos -a pesar de la aspera realidad- se han querido desamarrar. Él sobre todo.
Inevitablemente con el pasar de los años muchos terminaron adormeciendo sus ilusiones, otros se plegaron al régimen o convirtieron el oportunismo en modo de vida, otros se callaron o exiliaron. Pero Santiago siempre fue un eterno soñador. Fue el quijote de la Trova Cubana, luchando contra los molinos de viento que el sistema que le ponía delante, lanzándole verdades, ilusiones, rabias y metáforas, fantaseando y a la vez quemándose por dentro, entre el amor y las drogas, lo posible y lo imposible, imaginando que la quimera de la Revolución alguna día sería real, y no una eterna trampa para espíritus como el suyo.
Inevitablemente con el pasar de los años muchos terminaron adormeciendo sus ilusiones, otros se plegaron al régimen o convirtieron el oportunismo en modo de vida, otros se callaron o exiliaron. Pero Santiago siempre fue un eterno soñador. Fue el quijote de la Trova Cubana, luchando contra los molinos de viento que el sistema que le ponía delante, lanzándole verdades, ilusiones, rabias y metáforas, fantaseando y a la vez quemándose por dentro, entre el amor y las drogas, lo posible y lo imposible, imaginando que la quimera de la Revolución alguna día sería real, y no una eterna trampa para espíritus como el suyo.
Desde sus primeras canciones, la guitarra ya no sólo
acompañaba al trovador, era también protagonista de la obra musical. El valor
que le otorgó a su instrumento, creándose armonías mucho más elaboradas que las
habituales, fue un elemento innovador que desarrolló el movimiento.
El desaparecido trovador Noel Nicola decía: “Santiago toca a la zurda por
partida doble”. Siendo zurdo colocaba la guitarra a su izquierda sin cambiar el
orden de las cuerdas, tal como la usaría un derecho, quedando los bajos abajo y
los agudos arriba, lo cual generaba sonidos peculiares que tal vez solo salían
de su imaginación y manos virtuosas. Y a la vez, se sentía atraído por las
llamadas "ideas de izquierda", pese a que no pocas se desmoronarán ante sus ojos
y canciones.
Daniel Viglietti, Juan Carlos
Balglietto, Fito Páez, Pablo Milanés, Vicente Feliú -su hermano- y muchos otros han cantado sus creaciones.
Silvio Rodríguez, en un concurso Adolfo Guzmán, defendió su clásico Para Bárbara,
compuesta cuando Santy (como le decían sus amigos y su público cubano) tenía
solo 16 años. Además de cantar como nadie sus composiciones, fue un extraordinario
intérprete de temas de Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina.
Hace unos años en Naciones Unidas hizo una muy personal versión del tema Diario, del compositor cubano exiliado en EE.UU Mike Porcel, quien se mostró entristecido con la noticia. “Nunca nos conocimos personalmente, pero un poco rompió “el bloqueo”, por así decirlo, que mantenían en Cuba sobre mi proscrita obra. Fue un valiente gesto. Le estaré eternamente agradecido”, dijo Porcel.
Hace unos años en Naciones Unidas hizo una muy personal versión del tema Diario, del compositor cubano exiliado en EE.UU Mike Porcel, quien se mostró entristecido con la noticia. “Nunca nos conocimos personalmente, pero un poco rompió “el bloqueo”, por así decirlo, que mantenían en Cuba sobre mi proscrita obra. Fue un valiente gesto. Le estaré eternamente agradecido”, dijo Porcel.
El realizador de TV Juan Pin Vilar lo describió como Un hippie en el
comunismo en el libro
homónimo que le dedicó, y no le faltó razón: vivió y creó siempre como un hippie entre el comunismo y las metáforas. Estas últimas quizás para salvarse de todos y de todo, de las trampas del régimen y las ideologías, de las melódicas consignas y de sí mismo. Fanático de Cat Stevens y Bob Dylan, bebió de la trova
tradicional, el tango, el jazz, el rock and roll, el folk, de la poesía, el cine, la literatura. Fue un empedernido
adicto a la nostalgia, la melancolía, el desamor: quizás porque no podía
apartarles de su vida.
“No abundan las personas que por su forma de ser se
ganan con facilidad el amor de los demás, y él era de esos elegidos”, declaró conmovido Borges-Triana. “No recuerdo bien en qué texto escribí que
hubo una escuela de druidas experta en guardar los sonidos más queridos en
caracolas de mar, para curar las nostalgias de los argonautas que partían al
largo viaje. De haber sido yo uno de ellos, no habría prescindido de la voz de
Santiago”, añadió.
“Nos conocimos el 18 de octubre de 1978 en una
evaluación que el Movimiento de la Nueva Trova hizo para aceptar nuevos
miembros”, relató su compañero de generación Donato Poveda. “Él tenía 15 y yo 18.
Ese mismo día nos hicimos amigos y a la semana, sin ningún trámite profesional,
estábamos actuando juntos con el dúo Santiago y Donato.
Cantamos por un tiempo hasta que cada uno hizo su carrera aparte. Fue un genio
de la composición y la guitarra, siempre concibiendo armonías diferentes, con
especial intuición y mucha poesía. De todos los músicos de la Trova, fue el más
creativo y arriesgado, con gran valentía a la hora componer. Tenía un inmenso
sentido el humor, siempre hacia chistes que daban mucho más risa porque era
tartamudo. A pesar de las distancias a veces nos comunicábamos, por textos,
porque con él era casi imposible hablar por teléfono, por ser gago. Siento que
los amigos de la infancia y la juventud son los que quedan, más allá de
cualquier cosa, y eso nos ha salvado a los cubanos”, recordó conmovido Poveda.
El cantautor Boris Larramendi, ex-Habana Abierta y residente en Madrid, recordó que
“con 15 años no podía concebir que en Cuba hubiera algo con más swing que la música de Santiago Feliú. No pude aprenderme casi ninguna canción suya cuando era estudiante, era
algo más allá de mis posibilidades guitarrísticas. Y aunque ya no somos
adolescentes y dejamos hace mucho tiempo de creer que “la montaña estuviera
pariendo el porvenir de este planeta”, su obra está viva. Un mito viviente. La
Trova Cubana está de luto”, comentó.
La fotógrafa Abigail García, quien le retrató para
su primer disco, desde República Dominicana, expresó que siempre lo sintió como
“un gran amigo, un ser humano transparente, con la bondad y la inocencia de un
niño. No podía hablar fluido pero con un abrazo y una sonrisa llenaba de amor
el mundo. Cantó alegrías y dolores de mi generación y de otras que nos siguen.
Dijo en sus canciones lo que quería y sentía, sin gaguear. Un hombre lleno de
ternura y fe. Músico completo y complejo, al que a veces es difícil entender de
primera, pero cuando lo decodificas no dejas de admirar y amar, su autenticidad
atrapa, nunca dudarás de sus palabras porque están sacadas desde lo más
profundo. Sus verdades resonarán en nuestras mentes y corazones. Siempre será
Vida”.
El cantautor José Luis Barba, residente en Miami y
con quien Santiago cantó Buscando un buen
color en su disco Cubanos, confesó
que “el pelusa (así algunos le apodaban) era nuestra estrella, puro ángel, virtuoso
natural manejaba el diapasón de la guitarra a la zurda con una voz
privilegiada. Centro de las noches interminables, entre amigos cómplices de sus
canciones. Vivió a su modo rebelde. Es un clásico del arte cubano”, precisó.
El argentino Fito
Paez fue su amigo por casi 30 años. Sobre sus encuentros con Santiago en La Habana escribió en su pagina de Facebook: “Fueron noches de música,
alegría, excesos y amistad. Nos peleábamos y entreverábamos mucho entre la
revolución cubana, los efectos del ron, la indecencia capitalista a la que yo
oponía, la nuestra propia y sus delirantes posiciones de acordes en esa
endiablada guitarra zurda de la que él hizo florecer varias de las mejores
canciones de la música popular americana de los últimos años. Escribió sus
gemas al borde del mundo. En un castillo de cristal. Estaba y no estaba con
nosotros. Cuando lo veías y escuchabas con sus grupos en La Habana durante
tantos años, en tantísimos escenarios, si lo mirabas atentamente podías ver a
un hombre niño poseído, en trance bajo algún efecto narcótico de sus visiones
del mundo. De un mundo que podía a veces no estar frente a él. Hizo su vida y
sus canciones sin pedirle permiso a nadie. Como debe ser. Absolutamente
incorrecto, como los grandes artistas. Era un hombre del rock and roll, sin
haberlo escuchado mucho. Sin miedos ni normalidades absurdas. El era un anormal
en todo el sentido enorme de la palabra. Sus músicas y sus palabras
representaban “la diferencia”. El era lo diferente”.
Para el crítico musical Humberto Manduley, sus
canciones “nos han hablado de lo que somos, pero también de lo que no queremos
ser, del sitio al que pertenecemos y del que huimos, de los momentos que son y
de los que ya no, del amor latente o desamorado, de los sueños inconclusos, de
rabias, besos, fantasmas, angustias y abrazos, de cierta sana toxicidad que se
nos escabulle en la memoria, del pedazo breve de eternidad que todos -sin
distinción- llevamos dentro. En una época de confusas certezas, de despistes y
confrontación, de extravíos y definiciones, su canción sigue siendo un antídoto
necesario”.
Dejó un hijo, Adriano, y su viuda espera su segundo
hijo. Grabó 12 discos con clásicos como Para Barbara, La
ilusión, Mi mujer está muy sensible, En este barrio, y Mickey y Mallory (homenaje al filme Asesinos Natos de Oliver Stone). En todos ellos la palabra vida está presente. El primero fue Vida (1986) y el último Ay, la Vida (2009). La canción que le da título
reza: “La vida es el milagro sinceramente amado, la culpa de morirse, las
mentiras, las verdades que nos quedan de este lado. La vida de imprevista,
sencilla y complicada, absurda y egoísta, amorosa e inteligente, extraordinaria
y desalmada. La vida es suficiente, si entonces no se acaba cuando se halló el
final donde se encuentra el pasado con la nada”.
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