Jueves 16 de enero del 2014
LUIS LEONEL LEON / Sígueme en @luisleonelleon
Vivimos rodeados de imágenes espectaculares: publicidad excitante, modelos seductoras, atletas musculosos y sexys, jóvenes rozagantes que flotan o ansían llegar a la cima del mundo. El arrollador universo que nos venden cada día a todo color. Aroma audiovisual que nos embelesa y apabulla, abras o cierres las ventanas de la casa, salgas o no a las calles, enciendas o apagues la TV, decidas entrar o escaparte de internet. Es inevitable.
(El ex gobernante cubano Fidel Castro llega a la inauguración de un centro cultural en La Habana, el 8 de enero, en su primera aparición pública en nueve meses.-- / AFP/GETTY IMAGES)
Escasas son las veces en que las fotos de un anciano son noticia internacional: portada de importantes diarios, titulares de noticieros estelares, debates, premoniciones y hasta broncas. Muy pocas veces ocurre a no ser que el anciano sea un increíble asesino en serie, tenga más fama que los cantantes de turno o se llame Fidel Castro, nombre que reúne todos estos elementos, y muchos otros, que lo han hecho ese personaje único, despreciado por millones y venerado por otros tantos.
Gran maestro de la manipulación y el marketing, el cinismo y la demagogia, la represión y el populismo, ha logrado dividir más de un país en dos, enterrar solventes economías, crear, realimentar y desestabilizar exilios, convertir guerras ajenas en suyas, abrazar a históricos contrarios, trocar en aliados a símbolos mundiales, hacer que el absurdo parezca un paraíso, aprovecharse de las situaciones más extremas o según su propio argot: convertir los reveses en victorias, burlarse del más imponente capitalismo y de los más serios organismos internacionales, presidir eventos y organizaciones que ridiculiza, convencer hasta a sus opositores de que se han equivocado y usar a la prensa, incluso la que está en su contra, como su mejor aliado.
No en balde ostenta varios récords olímpicos: los discursos más largos y aburridos de la historia, líder del mayor número de violaciones de derechos humanos, político al que más atentados le han preparado, el caudillo moderno que ha permanecido más tiempo en el poder. Y otras funestas y ambiguas etiquetas.
Las imágenes del anciano recorren el mundo desde la pasada semana, una vez más, mostrando que no solo el dinosaurio aún se siente (se construyó) Ave Fénix, sino que también así lo creen y lo necesitan sus sucesores y gendarmes. Para algunos el mensaje es claro: su Revolución, aunque encorvada y con bastón, aún se mantiene en pie, que es lo mismo que decir al pie de sus herederos, o sus camilleros.
Este enero se cumplieron 55 años de su viaje triunfal de oriente a occidente, vestido guerrillero, gritando, desde exaltadas tribunas, anhelos que la gente necesitaba oír, mentiras disfrazadas de deseo, como “a partir de ahora será el pueblo quien gobierne”. El 6 de enero de 1959, en Santa Clara, afirmó “esta es la hora más grande de toda la historia de Cuba, porque por primera vez el pueblo será libre”. En medio de la euforia nacional, muy pocos vislumbraron la artimaña del mensaje. En esa misma plaza, dejó claro que reformaría “completamente los sistemas de enseñanza”, dispuesto a cambiar lo que fuera para adueñase del país. Pronto desaparecía de esa fecha el Día de Reyes, pues el único Rey sería él mismo.
Quizás no es casual que justo esa noche lo pasearan, como un cadáver en una pasarela, por la exposición de Alexis Leyva (Kcho o el artista de la corte), a cuyas obras casi nadie le ha prestado mucha atención, pues el legendario dictador se robó el show, como siempre que reaparece en público, o más bien, para el público. Llevar al viejo Castro a la inauguración, trastocada en indirecta y casi mímica conferencia de prensa del antiguo Jefe de Estado y símbolo de la Revolución, sin dudas fue lo más importante del evento, o al menos lo que más ha trascendido. A ratos me recordó La Comedia Silente.
Pero el símbolo ha ido cambiando al mismo ritmo que ha cambiado su Revolución. El rostro de Cuba ha envejecido al compás de su rostro.
Tal como Fidel Castro, después de abandonarlo en la selva boliviana, convirtió al Che Guevara en símbolo de su robo-ilusión e imán de revueltas latinoamericanas, ahora él mismo es un símbolo más. No es más que un símbolo. Un símbolo de la decadencia, la soledad del general del fondo, el dictador que ya no tiene quien la escriba. Y por suerte un símbolo mucho menos peligroso que el desquiciado argentino. No muchos jóvenes querrán parecérsele ni ser como él, ya más parecido a una momia que al súper héroe comunista que antaño protagonizó los revolicos del más tonto izquierdismo mundial. Solo unos pocos snobs y perturbados lo llevarán en camisetas o leerán sus fingidas biografías y fermentados discursos, atiborrados de falacias, contradicciones, caprichos y quiméricas promesas que jamás se podrán cumplir, pues para no cumplirse fueron hechas.
El mito de Fidel Castro sucumbirá mucho antes que el del Che Guevara. Los pueblos prefieren los héroes que mueren jóvenes, como Lennon, Cristo, Marilyn, Marley, Elvis, Mozart. No tendrá un Diario de Campaña ni será asesinado. Tendrá una muerte lenta y somnolienta, tanto así que no pocos seguirán preguntándose si aún sigue vivo o ya murió. Sus beneficiarios lo saben y continuarán aprovechando a su primer actor. Hasta el último día seguirán paseándolo en la camilla de la Revolución, mostrando las últimas muecas del arcaico emblema, apurándose en terminar de adueñarse del país, enloquecido y arruinado, que finalmente les cedió, y que ya pocos entienden, y que ya a pocos pertenece, mientras la mayoría tan solo contempla, con asombro o indiferencia, resignación o burla, las fotos del anciano que aún recorre el mundo.
Escritor y cineasta.
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