Comparto esta excelente reflexión de Juan Antonio García Borrero, recién publicada en su Blog La Pupila Insomne Cine Cubano. Recomiendo su lectura, sin ninguna prisa, degustando las ideas y las palabras como un buen vino del que somos inevitablemente parte.
EN BUSCA DE LA SORPRESA PERDIDA
Desde 1959, la realidad cubana ha estado expuesta todo el tiempo a las interpretaciones de los grupos ideológicamente enfrentados (a favor o en contra de la Revolución). Y sin embargo, tengo la impresión de que cada vez se hace notar menos las guerras y tensiones más profundas que en cada minuto han estado presentes en los individuos de carne y hueso.
En tal sentido, resulta curioso percibir cómo en nuestros análisis sobre el audiovisual hecho por cubanos sigue faltando ese enfoque polemológico (para decirlo como Michel de Certeau en La invención de lo cotidiano) que explicaría su constante devenir. De Certeau, por cierto, no fue el primero en reparar en la necesidad de hablar de las crisis y rupturas permanentes antes que de la supuesta identidad, toda vez que podemos recordar la propuesta de interpretación bélica de la Historia que en su momento suscribiera Ortega y Gasset.
En el caso de nuestros recuentos historiográficos relacionados con el audiovisual, el desdibujo de las tensiones individuales es cada vez más notorio. Esto se debe a que cada grupo que se asoma a la esfera pública va haciendo suya una narración donde el sujeto que expone o narra asume la posición de un narrador objetivo, ese que podría ver con imperturbable claridad todo lo que pasa ante sus ojos. Gracias a ello, dicho narrador adquiere un don divino que le permite ofrecer una impresión de neutralidad, creyendo evaluar con la frialdad típica de un médico forense los restos del pasado que han llegado ante él. En esos relatos, como en el filme de la vieja dama de Hitch, los individuos se desvanecen, y quedan apenas los retratos de familia.
Lo primero que deberíamos desenmascarar es la falacia de creer que la cultura es síntoma de armonía, y lo segundo, que un narrador, por experto o informado que esté, puede mostrarsedesinteresado en su relatoría, ajeno a sus propias filias y fobias. Es todo lo contrario: la cultura, al igual que el Derecho, lo único que hace es concederle un engañoso manto de paz a lo que, en el fondo, sigue siendo interminable hostilidad entre individuos. Y el narrador está tan sumergido en el Tiempo como el más común de los mortales. Es tan histórico como los otros entes que componen el Universo. Y lo que escriba está condenado también a serhistórico, pasajero.
Ante lo inevitable de lidiar con estas circunstancias, el historiador o analista podría hacer suya aquella reflexión que Georges Perec apunta en el breve ensayo Aproximación a qué cuando describe la esencia de su escritura: Interrogar lo que tanto parece ir de suyo que ya hemos olvidado su origen. Volver a encontrar algo de la sorpresa que podían experimentar Jules Verne o sus lectores frente a un aparato capaz de reproducir y de transportar los sonidos. Porque esa sorpresa existió, y miles de otras, y son ellas las que nos han modelado.
Juan Antonio García Borrero
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