Sobre Internet, Cuba, la libertad y las dictaduras, que publiqué hace más de un año en El Nuevo Herald.
Como un chip
integrado a los sentimientos, Internet es casi un órgano humano. Salvación.
Diálogo. Trampa. Nicotina. Utensilio de urgencia y delirios cotidianos. Santo
remedio para casi cualquier cosa. Inmensa plaza donde pasear necesidades,
quimeras, la cotidianidad que nos engulle, seduce y también nos hace libres. O
al menos nos impide abandonar la búsqueda de la libertad.
El mundo digital es
el mundo. La escena virtual donde reflejamos, resolvemos o ahogamos nuestros
problemas: como un bonsái se ha trasplantado en lo que ayer llamábamos
realidad. Se ha hecho tangible como un auto, el dolor, el interés, la espera,
un pan, un beso. Ha cambiado la vida mucho más de lo que vemos, sentimos,
imaginamos. Y la seguirá cambiando, a pesar de autocracias y racionamientos,
temores, falsos mitos, necedades.
La dictadura cubana
ha conseguido que muy pocos se arriesguen a oponerse a la decrépita, sádica y
maloliente bota que hunde, condena y enferma a la isla. El fin de las tiranías
comienza cuando la gente sale a las calles a clamar por sus derechos sin
diferencias de razas, religiones, estatus, ideales. Algo bien difícil cuando
los medios de comunicación son totalmente controlados y manipulados. Para Fidel
Castro “la televisión es la artillería pesada de la revolución”. Pero cuando
solía decir esto aún no existía Internet.
Ya algunos tienen la
suerte y la valentía de lanzar señales al mundo. Al mundo virtual que se ha
vuelto el mundo. El grito de Munch late en computadoras, celulares, memorias
flash que viajan de PC en PC.
Internet y el
progreso global de las tecnologías: anuncian el último adiós de las dictaduras.
Al menos de las tradicionales. Los cubanos escuchan los aullidos de la fiera
herida, aunque siga arrastrándose con su añeja rabia, trucos, carroña, amenaza
cubierta de maquiavélico patriotismo, compasiva desinformación, trasnochadas
promesas, fingidas reformas que nunca serán tales, migajas para entretener
muelas cariadas. El régimen será la fiera asfixiada, vencida por su propio
anzuelo, abandonada por hijos bastardos.
El totalitarismo
siempre ha sido un laberinto de infortunios. Injurias y mentiras disfrazadas de
proyectos trascendentales. Ceguera que incumban a los niños. Factoría de vacíos
y mordazas que imponen en cada centro de trabajo. Rancio horizonte que ven los
ancianos en su lecho de muerte. Internet debilita estos sistemas porque se abre
a la pluralidad y deja menos resquicios donde esconder la verdad, la realidad
dura y transparente. Los dictadores vetan Internet porque saben que acelera el
ocaso de su burdo y desgastado absolutismo. Acabará con la cumbancha del poder
que ejercen en nombre de esa cosa impalpable que llaman Revolución.
Pese a los
obstáculos, es infalible el fin del régimen. Siempre habrá recovecos por donde
escapar, azoteas en las que abrir los brazos y gritar el sueño más deseado, la
necesidad más elemental, el amor más puro y simple de las generaciones. Y ahí
es cuando Internet, un video, una foto, un aviso, una palabra, el divino
concepto de Steve Jobs o cualquier teléfono conectado al mundo: terminará
desajustando el sistema, volviendo locos y atemorizando a sus gendarmes,
haciendo más grave y repetido el eco, inspirando a muchos a sentirse libres.
En La Habana,
Venezuela, Pekín, Marruecos: Internet es un trago amargo, le duele a los
enemigos de la democracia y la verdad. Es el comienzo del final. Aunque por el
momento solo se escuchen murmullos. Con sus pros y sus contras, Internet nació
para cambiar el mundo. Y también la isla. Otra esperanza para el año que
comienza.
Internet, un trago amargo para los enemigos de la democracia.
El Nuevo Herald. Jueves 12 de enero del 2012.
Por Luis Leonel León
Les dejo con esta canción
"La Censura no existe" interpretada por Juan Carlos Baglietto
y actuada por un mimo durante un concierto:
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